miércoles, 11 de mayo de 2011

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sábado, 2 de abril de 2011

viernes, 24 de diciembre de 2010

Rincones efímeros en la memoria del Raval


Todavía recuerda, como si fuera hoy, el día en el que se instaló en el piso de sus tíos de Barcelona. Jose María Vitales llegó al Raval hace 52 años, apenas había cumplido los 14. Cuenta que “en Zaragoza trabajaba en el campo y el trabajo de agricultor es el más desgraciado que hay, antes, ahora y siempre”.

Al piso de los tíos se llegaba tras cruzar el enorme pasillo de 10 metros que

hacía de portería y subir, por una escalera ténebre y angosta, hasta el cuarto piso. Nada más entrar por la puerta, otro pasillo y a mano derecha la minúscula cocina en la que cocinaban con un horno de carbón, más allá un pequeño cuarto donde guardaban el aceite, la sal, los cazos. A mano izquierda el salón que daba al interior de la manzana. Si te asomabas por la ventana se veía el patio de la vecina de abajo, que estaba lleno de margaritas, jazmines y rosas.

El piso era del 1880, no era pequeño pero estaba muy mal distribuido. El suelo era de terrazo beige con unas flores rojizas en los cantos y el techo de vigas de madera.

La estancia más grande era el estudio del tío que era sastre, recuerda Jose María Vitales que “había dos máquinas de coser, varias planchas, tijeras grandes, dedales. También hilos, de los embastes y los pespuntes, por todos los rincones”.

Él se hizo aprendiz de mecánico tornero y acabó con trabajo fijo en la SEAT. Para ir al polígono a trabajar tomaba el tranvía que estaba en la calle Hospital. Cuando hacia turno de tarde, algunas veces compraba el diario Noticiero Universal en el quiosco Dueñas para ir entretenido durante el trayecto.

De todo esto que rememora Jose María Vitales, lo único que queda en pie es la papelería.

El barrio del Raval desde sus orígenes es una zona deprimida. De calles estrechas y mohosas, el barrio fue pasto, en la década de los 70, de

la delincuencia y la mala vida. Tan es así que la primera edición de la guía turística Lonely Planet sobre Barcelona recomendaba directamente no ir a parar allí. El piso de Jose María fue derruido bajo el “BA188” que es el nombre que le dieron al plan de urbanismo con el que varias manzanas de edificios como el suyo fueron derrumbados. El objetivo era abrir una Rambla de 58 por 317 metros, el espacio que ocupan tres campos de fútbol puestos en fila. El propósito, dotar al barrio de un lugar por el que los vecinos pudieran pasear, los niños jugar a pelota y los ancianos tomar el sol. La transformación de la zona acabó con las mal ventiladas calles Cadena y San Genaro. A cambio construyeron un hotel de 5 estrellas, la sede del sindicato UGT, una plaza en honor al vecino más ilustre: Manuel Vázquez Montalbán, una retahíla de Restaurantes y terrazas, y el gato de Botero que después de pegarse un tour por toda Barcelona parece que escogió la Rambla para jubilarse.

Ya no quedan restos del antiguo “poblado” sepultado bajo el asfalto de la Rambla pero aún es posible hacer arqueología con los recuerdos de los vecinos.

Otro ejemplo. El hijo de los que hace 50 años fundaron la papelería Dueñas es ahora el que se encarga del negocio. Si el local llega a estar en la cera de enfrente

ahora sería historia. Luis Dueñas recuerda los lugares de su infancia entre las calles Cadena y San Genaro que ya no exiten.

La tienda de curtidos de Andrés Brescas. La tienda de muñecas Oriente, donde se arreglaban y se vendían muñecas antiguas. La tienda de ropa de niños el Mundo. Una carnicería, especialistas en carne de caballo, que se llamaba Caballar. Las carbonerías para las cocinas de carbón. La lechería de la señora Antonia y el señor Miquel donde podías comer flan con nata, chocolate, suizos. “Para los niños era el paraíso”, rememora Luis Dueñas, “si cierro los ojos recuerdo el olor a leche y a chocolate”.

Cuando le mandaban a comprar algo iba a un colmado de la calle Cadena. Era estrecho, la luz muy tenue, se alumbraban con una sola bombilla, los tenderos eran muy mayores, aunque duda: “no sé si más bien yo era muy crío”. Y su colegio, la academia Soler, que ocupaba un piso de viviendas en la calle Joaquín Costa. Cada clase tenía el retrato de Franco y el de Jose Antonio Primo de Rivera, separados por un crucifijo. Le viene a la cabeza como “nos hacían rezar y cantar el cara al sol”.

La única placeta que había se llamaba Folch i Torres, pero se podía jugar en la calle porque no había casi coches. En la calle Cadena había una fuente antigua, de esas empotradas en la pared, tenía 4 caños. El suelo de las calles era de empedrado, las farolas eran de gas y cada noche las tenían que prender. Luis Dueñas admite que “con la Rambla del Raval, el barrio ha ganado mucho, “siempre había sido una zona de sombras, frío y humedad”.

Cuando estaba con sus padres en la papelería tenía en frente una perfumería muy antigua que se llamaba la Reina de las Flores, donde el señor Francisco Betrian fabricaba sus perfumes. Al lado mismo había una farmacia muy antigua y muy hermosa. Luis añade que “estaba declarada como patrimonio artístico, pero quitaron lo de artístico y se llevaron el patrimonio”.

En la calle Cadena número 2, se hallaba la farmacia Sastre Marqués. Un local modernista que había sido diseñado por el arquitecto Puig i Cadafalch en el 1856. Tenía vidrieras de colores y en la fachada destacaba un farol en hierro forjado. La farmacia la tiraron y los elemento modernistas se los quedó el ayuntamiento. De hecho, más de un cliente le dijo a Anna Sastre Marqués que habían visto el farol en una exposición en el Paseo de Gracia.

El fundador de la botica era su tatarabuelo, Francisco Sastre Marqués. La farmacia no la podían tirar porque estaba catalogada, pero como tampoco la podían dejar en medio de la Rambla, acabaron por descatalogarla y la derrumbaron. El negocio lo trasladaron a un local justo enfrente. De la farmacia original sólo se quedaron con los frascos de linimentos y extractos. Recipientes que contienen elementos que parecen, más que de un farmaceutico, de un alquimista: el fluido adonis, la tintura comvalaria, la nuez vómica, el estramonio, el muérdago, la hidra, el extracto fluido cicuta, la damiana o la ví

scara sagrada. En uno de los frascos hay un azúcar -polvoriento y florecido- que inventó el bisabuelo de Anna Sastre Marqués, un azúcar especial para acabar con las lombrices de los niños y que tubo tanto éxito que se vendía por toda España. Además de azúcar, el remedio contenía cloruro de hidrargirio y 4 miligramos de anhídrido santónico. Hoy en día, lo que queda en el bote es más veneno que medicamento, pero “todavía hay gente que viene de fuera de Catalunya" explica Anna "para intentar comprar el azúcar Sastre Marqués contra las lombrices”.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

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domingo, 19 de diciembre de 2010

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martes, 19 de octubre de 2010